Parte 3: Shakespeare y su marca mediática


Para los emprendedores, importan la confianza y la propiedad intelectual

En las dos partes anteriores de “Shakespeare, el empresario de los medios”, mostré muchos paralelismos entre el ecosistema de los medios de Inglaterra hace cuatro siglos y el actual: riesgos similares y recompensas similares.

Parte 1: Shakespeare, un emprendedor en medios

Parte 2: Shakespeare mantuvo un perfil bajo; prefirió el modo incógnito

Al igual que hoy, la demanda por entretenimiento nuevo y emocionante impulsó la innovación y grandes oportunidades comerciales. Y al igual que hoy, había un exceso de oferta de contenido a la venta: demasiados teatros, demasiadas obras nuevas, demasiadas secuelas. Esa fue una situación ideal para que se produjeran quiebras y algunas grandes fortunas.

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Lecciones para los medios de hoy. Shakespeare trabajó en lo que posiblemente fuera el vehículo mediático más popular y rentable de la época: grandes teatros públicos al aire libre. (El auge de la construcción fue comparable a la explosión de los palacios de cine construidos para capitalizar la demanda por películas a principios del siglo XX).

Para 1609, Shakespeare era un nombre lo suficientemente grande — una marca mediática — como para hacer que la publicación de una colección de sus 154 sonetos fuera una buena propuesta comercial.

No está claro si el propio poeta aprobó su publicación. Anteriormente hacía circular sus trabajos solo entre un pequeño grupo de amigos y contactos profesionales, posiblemente porque los consideraba privados y personales.

Arriba: Portada de la primera edición de los sonetos de Shakespeare, 1609. Los estudiosos difieren sobre si se imprimieron con su permiso. Imagen del artículo de la Biblioteca Británica sobre los poemas.

En ese momento, no existía la ley de derechos de autor. Y algunos de los poemas de Shakespeare fueron publicados sin su permiso por impresores sin escrúpulos.

Además, era una práctica común entre dramaturgos copiar tramas y personajes del trabajo de otros. La primera vez que se publicaron 36 de las obras de Shakespeare bajo su propio nombre fue en 1623, siete años después de su muerte, en el First Folio. Fue un proyecto de dos miembros de su compañía de teatro. Era una buena propuesta comercial para la empresa porque Shakespeare ya era una gran marca.

Propiedad intelectual. Hoy tenemos una gran cantidad de servicios de transmisión de video y audio que compiten por el escaso tiempo, la atención y los dólares del público. Las fórmulas exitosas se copian. Elegimos Netflix, Showtime o Disney+, o lo que sea, en función de nuestra confianza en la marca.

El plagio se puede automatizar. Todos los días recibo una gran cantidad de nuevos ejemplos en varios boletines de la industria de los medios de las nuevas herramientas deslumbrantes y diabólicas de ChatGPT, Bard y otros instrumentos en torno a la inteligencia artificial. Pueden crear imitaciones plausibles del trabajo de otros e imitar su tono, estilo y contenido en segundos.

Tecnología aterradora. Frente a estas herramientas, mis emociones se vuelven salvajes. De un momento a otro, podría sentir terror: “Los troles y manipuladores ahora poseen el equivalente mediático de las armas nucleares”; o indiferencia: “Es solo otro canal de medios, como los periódicos, la radio o la televisión”; o cinismo: “Los cinco gigantes tecnológicos (Alphabet, Meta, Microsoft, Apple y Amazon) seguirán monopolizando las herramientas para controlar lo que deseamos, compramos, admiramos y despreciamos”.

Implicaciones políticas y sociales

Al igual que nuestros nuevos medios digitales, los teatros isabelinos y sus producciones eran una amenaza para la autoridad de las instituciones de la Iglesia y el Estado. Vimos en la Parte 2 de esta serie que los dramaturgos y poetas a veces veían censurado su trabajo. Además, se arriesgaban a ser encarcelados o algo peor.

En nuestras sociedades occidentales liberales, los reguladores están muy ocupados dictando reglas para controlar la conversación digital; y en las sociedades autocráticas, sigue existiendo la censura, el encarcelamiento y, peor aún, el silenciamiento de las voces disidentes. La libre expresión es siempre una amenaza para el poder.

El valor de la confianza

Así como los rumores y las teorías de la conspiración se arremolinaban en la corte real en la época de Shakespeare, con el paso del tiempo, la situación ha seguido igual.

  • Jonathan Swift escribió en 1710, un siglo después de la muerte de Shakespeare: “La falsedad vuela y la verdad la persigue cojeando”.
  • Y en los primeros días del telégrafo, Mark Twain supuestamente dijo: “Una mentira puede viajar alrededor del mundo y regresar mientras la verdad se ata las botas”.
  • Las malas noticias viajan rápido, dijo alguien. Las buenas noticias toman la ruta escénica.

La diferencia hoy no es sólo que las mentiras se pueden enviar y recibir a mucho mayior velocidad, sino que incluso se pueden programar las aplicaciones para que respondan a cualquier tipo de pregunta que nos hagamos. Los rumores y chismes aún despiertan nuestras emociones de miedo, envidia y odio, pero ahora los algoritmos de las plataformas tecnológicas están programados para hacernos adictos al material que genera una respuesta emocional.

En otras palabras, alimentan nuestra adicción para captar nuestra atención y vender más anuncios. Es un modelo de negocio fantásticamente rentable con malas consecuencias para los consumidores de medios y las sociedades que enfrentan problemas desafiantes.

Cualquiera puede publicar cualquier cosa hoy, y cualquier otra persona puede repetirlo y volver a publicarlo. Por eso, la gente confía cada vez menos en los medios de comunicación y las redes sociales.

Separando el trigo de la paja

Lo que no ha cambiado en los 400 años desde el First Folio es que las personas aún buscan fuentes de información en las que puedan confiar, ya sean amigos, familiares, redes sociales o medios de comunicación. Las marcas nos ayudan a decidir si algo es auténtico y vale nuestro dinero.

La verificación lleva tiempo. Las mejores y más confiables fuentes de noticias e información intentan rastrear la información hasta sus fuentes originales y probar su fiabilidad. Es el equivalente mediático del método científico. Hasta ahora, este es el mejor método que los humanos hemos ideado para comprender el mundo que nos rodea. Es la mejor descripción de la realidad que podemos encontrar.

Conclusión

Se necesita tiempo y dinero para producir información confiable y fidedigna. Nosotros, los editores y las emisoras, tenemos que hacer valer la importancia de nuestro trabajo. No podemos asumir que simplemente si producimos contenidos, el público vendrá a por ellos. Las personas se distraen y confunden muy a menudo la calidad de lo que ven y escuchan.

La demanda por un producto de calidad siempre es fuerte. Pero tenemos que suministrarlo con claridad, hacer valer su importancia y seguir atrayendo los recursos necesarios para continuar produciéndolo.

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